30
Oct
2020
Halloween 2020: la peste en Alcalá y la gripe española en Torrejón Imprimir
Lente de Aumento - A Fondo
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La Zona Este sufrió las consecuencias de pandemias mucho antes de conocer al coronavirus

La historia de los pueblos es también la historia de sus epidemias, pues son momentos cruciales en los que se transforma todo: la sociedad, la economía, y hasta las creencias cambian tras sufrir el ataque divino de una catástrofe sanitaria. Y en la Zona Este saben mucho de ello, ya que la cercanía a Madrid la ha convertido en epicentro de todas las grandes epidemias que han asolado España, desde la peste Antonina hasta el actual coronavirus.

Así, aunque no hay testimonios fehacientes, todo apunta a que la antigua Complutum ya sufrió la primera pandemia de la historia. En el 165 comienza un brote de viruela o sarampión que se esparce con rapidez por todo el Imperio Romano, llegando a provocar hasta cinco millones de víctimas, y hasta dos mil muertos diarios en Roma. La crisis, que dura quince años durante el reinado de Marco Aurelio (su predecesor, Lucio Vero, morirá en los albores de la epidemia), supone para muchos historiadores el principio del fin del imperio.

Sin embargo, si hay una crisis sanitaria que recuerdan los alcalaínos es, sin duda, la peste atlántica con la que despedían el siglo XVI. La “muerte negra” que ya había provocado millones de muertos en distintas oleadas durante la Edad Media (aún hoy es la epidemia más mortífera de la historia), llega a España en 1596, a bordo de un barco, el Rodamudno, que atraca en Santander con una carga de lana. Pero no sólo llevaba lana a bordo: ratas infectadas con la terrible bacteria Yersinia Pestis también llegaban en el barco desde Flandes, y lo hacían para propagar rápidamente la enfermedad por toda la península.

Desde el norte la peste viajó a Andalucía, y después regresó a Castilla, donde provocó terribles estragos, y una mortalidad global del 15% de la población en tiempos de Felipe II. La peste llegaba a la zona centro de España en los albores de 1599, y Alcalá se preparaba cerrando sus murallas y prohibiendo todo tipo de actividad comercial. Pero no les sirvió de nada: la peste entró (dicen los historiadores que en un cargamento de ropa) y arrasó con la ciudad. Tanto es así que no hay documentos locales sobre lo ocurrido en esos años, por lo que hay que recurrir a lo que contaban desde fuera. Y lo que desvelaban esos testimonios da idea de por qué la ciudad complutense ha intentado borrar este capítulo de su historia: los muertos y enfermos llenaban las calles, donde recibían una extremaunción masiva por parte del Obispo, que paseaba entre los cuerpos a caballo; las ciudades de alrededor cerraban sus fronteras a todo aquel que viniese de tierras complutenses; y hasta los madrileños le cambiaron el nombre a la primera Puerta de Alcalá (en el cruce de Barquillo y Alcalá) por Puerta de la Peste.

Los alcalaínos se encomendaron a todo el Santoral, llegando a instituir como fiesta el Día de Santa Ana. Además, sacaron en procesión las reliquias de los Santos Niños, ofrecieron procesiones y homilías por toda la ciudad, y se encomendaron a San Diego. No se sabe si por los rezos, pero la crisis, que había comenzado en febrero, comienza a remitir en agosto, dejando un paisaje desolador. En 25 años, según los censos, Alcalá había perdido entre un 25 y un 30% de su población (las crónicas hablan de hasta 70 muertos diarios en una población de unos siete mil habitantes antes de la crisis, y cinco mil después), lo que da idea de la magnitud del desastre, que también se cebó, aunque no con tanta intensidad, con Madrid y Torrejón.

Pero la epidemia pasó, y Alcalá tuvo un gesto altruista que aún hoy se recuerda. Como su situación sanitaria era mucho mejor, decidieron enviar el cuerpo de San Diego a una de las localidades donde mayor incidencia estaba teniendo la crisis en ese momento, el pequeño pueblo de Cogolludo en Guadalajara, y lo cierto es que el Santo obró el milagro, pues, tras llegar en procesión el 12 de noviembre al pueblo alcarreño, en vísperas de su día consagrado, no volvió a notificarse ningún caso más de contagio, por lo que los vecinos no dudaron en convertir al Santo en su patrón.

Tras la peste, la siguiente gran epidemia que sufrió España llegó en el XVIII, y fue la viruela, una viruela que afectó especialmente a las colonias de ultramar, y que provocó la primera vacunación masiva de la historia, la que puso en marcha Francisco Balmis, médico de cámara del Rey en la llamada Expedición Balmis, en la que, acompañado por una enfermera, Isabel Zendal, y 22 niños, recorrió el mundo entero para extender una vacuna experimental que salvó muchas vidas y ha conseguido que la viruela sea la única epidemia global que, a día de hoy, se considera neutralizada.

En los albores del siglo XX, otra epidemia hace su aparición, y tendrá su puesta de largo en Madrid, aunque el virus llegue desde tierras mucho más lejanas. El H1N1, o virus de la influenza, aparece por primera vez en un fuerte de Estados Unidos, y la entrada del país en la Primera Guerra Mundial lo extiende por todo el continente. Sin embargo, con todos los países enfrentados, la censura evita que se hable de lo que está pasando, así que serán los países neutrales los únicos que informen al mundo de la llegada del virus.

Y entre ellos el primero será España, donde, en la primavera de 1918 se ponen en marcha una serie de medidas para frenar los contagios, como los confinamientos, el uso de mascarilla o el aumento de la higiene. Tanto es así que, salvo en las grandes ciudades, como Madrid, la gripe pasa sin pena ni gloria, lo que hace que los madrileños comiencen a decir que la gripe “se pega más que el Soldado de Nápoles”, una conocida tonadilla de la zarzuela “La canción del olvido” que arrasaba en la capital ese verano. El nombre arraiga, y todo el mundo comienza a llamar a la gripe el “Soldado de Nápoles”. Madrid sufre con virulencia la enfermedad, pero no el resto de la región, por lo que, en pleno San Isidro, los madrileños salen a festejar que han derrotado al virus. Y no es para menos, pues la ola de destrucción de la influenza había dejado ocho millones de contagiados y unos 200.000 muertos

Lo cierto es que puede pensarse que Madrid sí derrotó al virus, ya que la segunda ola, devastadora en Europa y en los pueblos, casi no se dejó notar en la capital de España ni en las ciudades. Eso sí, de poco le sirvió a los madrileños haber conseguido la inmunidad de grupo (se calcula que más de la mitad de los madrileños pasaron la influenza en la primera ola), pues el corresponsal del Times informaba de lo ocurrido en España en los últimos meses el 3 de junio, y lo hacía dándole el nombre con el que ha pasado a la historia: la gripe española.

A pesar de que el “Soldado de Nápoles” no parecía que iba a causar muchos estragos tras el fin de la primera ola, la cosa cambiaba de forma radical tras el verano. La gripe se extendía sin control, sobre todo, por zonas rurales, y se dejaba ver por el, por aquel entonces, pequeño pueblo de Torrejón. Así el informe del 14 de octubre informa de 800 positivos y cuatro muertes en la localidad, que no había sufrido ningún caso en la primera ola. Alcalá, por el contrario, presentaba treinta contagios y un sólo fallecido. Esta segunda ola fue la más letal, calculándose que el 75% de los 40 millones de fallecidos que dejó en todo el mundo lo fueron en esos meses de otoño-invierno de 1918.

En invierno de 1919 el virus vuelve, pero, al haber conseguido la inmunidad de grupo, su letalidad es ya muy baja, tanto es así que, un año después, vuelve a aparecer, pero casi sin consecuencias.