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07
Ago
2025
Una espectacular petalada recibió a los Santos Niños en el Ayuntamiento de Alcalá PDF Imprimir E-mail
Zona Este - Sociedad Alcalá
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Foto cedida por Ayuntamiento de Alcalá La ciudad se volcó con sus patrones en una calurosa noche de agosto

Alcalá de Henares ha rendido homenaje este miércoles a sus patronos, los Santos Niños Justo y Pastor, con un completo programa de actividades que ha contado con una fantástica acogida por parte de los alcalaínos.

Miles de alcalaínos han acompañado a los Santos Niños en la procesión en honor a los patronos que ha recorrido las calles del Centro Histórico. En el acto han participado la alcaldesa Judith Piquet, acompañada por los tenientes de alcalde Isabel Ruiz Maldonado, Víctor Acosta, Cristina Alcañiz y Gustavo Severien, así como otros concejales del Gobierno municipal.

Tras la misa presidida por el obispo complutense, Monseñor Antonio Prieto Lucena, la procesión ha partido de la propia Catedral Magistral y ha recorrido la Plaza de los Santos Niños, calle Mayor, Plaza Cervantes, calle Santa Úrsula, calle Escritorios, y regresará a la Plaza de los Santos Niños, Catedral Magistral. Como novedad, ha tenido lugar una petalada desde el balcón del Ayuntamiento de Alcalá o se han repartido palmas martiriales entre los participantes en la procesión.

La Diócesis de Alcalá de Henares celebró en la tarde del 6 de agosto de 2025 la solemnidad de los Santos Niños Justo y Pastor. A las 19:30h, en la Catedral-Magistral de Alcalá de Henares dio comienzo una Eucaristía solemne presidida por Mons. Antonio Prieto Lucena, obispo diocesano, y concelebrada por el obispo emérito de la diócesis, Mons. Juan Antonio Reig Pla, y varios sacerdotes.

Finalizada la Eucaristía tuvo lugar una procesión por las calles del casco histórico de la ciudad complutense en la que centenares de personas aguardaron el paso de los Santos Niños por zonas como la calle Mayor o la plaza de Cervantes.

Además, las actividades organizadas durante la jornada matinal de este festivo local han contado con una gran acogida por parte de los alcalaínos, con una gran presencia de vecinos en el desfile de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos, que una vez más han hecho parada en el Hospital de Antezana, o el aperitivo gratuito con empanada y limonada en la Plaza de Palacio.

De esta manera se cierra una festividad en honor a los patronos los Santos Niños, que comenzó oficialmente el pasado sábado con el pregón a cargo de la Asociación Complutense de Belenistas que celebra su 30 aniversario, y que ha incluido un variado programa de actividades con numerosas propuestas para los más pequeños, visitas guiadas, magia, cuentacuentos, conferencias o conciertos.



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Homilía de Mons. Antonio Prieto Lucena en la solemnidad de los Santos Niños 2025

Querido D. Juan Antonio, sacerdotes, seminaristas, consagrados, asociación de los Santos Niños, Hermandades y Cofradías, Sra. Alcaldesa y miembros de la Corporación Municipal, asociaciones e instituciones de nuestra ciudad, queridos hermanos todos:



“Nosotros no renunciaremos a Cristo”, estas palabras de los niños Justo y Pastor, ante el gobernador Daciano, fueron la causa de su martirio. En aquella época, todos los ciudadanos del Impero romano estaban obligados a ofrecer incienso a una imagen del Emperador para manifestar su lealtad. Se trataba de un gesto sencillo, que los cristianos se negaron a realizar, ya que suponía consentir en un acto de idolatría, para quienes adoraban exclusivamente al Dios verdadero, que es el Dios de Jesucristo.



Los romanos, que eran politeístas, estaban admirados por esta actitud de los cristianos. Les parecía un verdadero fanatismo. No les cabía en la cabeza que pudieran preferir la muerte antes de realizar el sencillo gesto de quemar un poco de incienso ante una imagen de mármol. Sin embargo, estaba en juego la cuestión de la verdad, y los cristianos sabían que no se puede jugar con la verdad, ya que Cristo se había revelado como el camino, la verdad y la vida (cfr. Jn 14,6).



Cristo habló mucho de la verdad. A Pilato le dijo que su misión era dar testimonio de la verdad, y que todo el que estuviera en la verdad escucharía su voz (cfr. Jn 18,37-38). Jesús, que era parco en alabanzas de los demás, no pudo resistirse ante Natanael, que debía ser un hombre muy honesto, por eso dijo: “ahí tenéis a un verdadero israelita en quien no hay engaño” (Jn 1,47).



En sentido contrario, las palabras más duras de Jesús fueron contra la falsedad e hipocresía de los fariseos, a quiénes llamó “raza de víboras” y “sepulcros blanqueados”. A los fariseos, ciertamente, no les importaba la verdad. Se habían acostumbrado a manipularla, poniendo por delante sus intereses personales.



La cuestión de la verdad es más importante de lo que parece. Jesús dijo que solo la verdad nos haría libres (cfr. Jn 8,32). Al demonio lo llamó el “padre de la mentira” (Jn 8,44), por eso es tan importante que nosotros imitemos a nuestros patronos en su amor a la verdad. Hemos de reconocer que no corren buenos tiempos para la verdad. Vivimos en una época que se ha bautizado como de la “posverdad”. Nos estamos acostumbrando a manipular la realidad, para generar creencias y emociones que influyan en la opinión pública y en las actitudes sociales.



Hace unos meses, un sacerdote me contaba que había sido invitado a la televisión, para explicar una determinada cuestión de la doctrina católica. Al terminar el programa, estaba triste porque creía que no había sabido explicar bien la verdad. El presentador del programa le dijo: “no se preocupe, la verdad no importa, lo importante son las emociones que se han generado en los telespectadores”.



Antes se decía: “el dato mata el relato”, es decir, la realidad -la verdad- se impone frente a las opiniones y a los rumores. Sin embargo, esto parece que ya no es así. Ahora importa más el relato que el dato. Importa más la ideología que la verdad. Lo decisivo es ser capaz de influir en la opinión pública, aunque sea con mentiras.



En este contexto de la posverdad, de la manipulación y las falsas noticias, el testimonio de los niños Justo y Pastor es profético. Ellos prefirieron perder la vida antes de pisotear la verdad. Cuando hablamos de la verdad pensamos en las grandes verdades sobre Dios, sobre el mundo y sobre el hombre. Pensar en estas grandes verdades nos da incluso un cierto fastidio. Vemos que mucha gente discute y va a la guerra por la cuestión de la verdad, por llevar la razón. Por eso, hablar de la verdad no nos gusta. Nos gusta más hablar de solidaridad y de amor. Sin embargo, una cosa no está separada de la otra. No puede haber amor sin verdad.



Cuando hablamos de la verdad, para no desenfocarnos, deberíamos pensar más en esas verdades sencillas de nuestro vivir de cada día. De nuestro hábito de vivir en verdad o de deslizarnos por la pendiente resbaladiza de la mentira. Quien se acostumbra a pisotear las verdades pequeñas y cotidianas, llegado el momento, tampoco defenderá las grandes verdades eternas. Solo quien es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho.



También nosotros llevamos un fariseo dentro, que deja a un lado la verdad, cuando se pone en juego el propio interés egoísta. Decir siempre la verdad puede acarrearnos muchas desventajas. Con frecuencia, de una pequeña mentira pueden seguirse muchas más ventajas que desventajas. Entonces ¿por qué no usar la mentira cuando nos convenga? Porque entonces sería imposible la vida social, que se basa sobre la confianza. Donde entra la mentira, se desploma la confianza, y, al final, el mentiroso siempre se queda solo, porque nadie se fía de él. En apariencia, la veracidad es una virtud pequeña, pero tiene enormes consecuencias para la vida social.



Esto explica que los sociólogos nos digan que una de las características de nuestra sociedad contemporánea es la desconfianza. Hoy parece que nadie confía en nadie. Ya no se confía en las instituciones. Se tiene miedo de asumir compromisos para toda la vida, como el matrimonio o la vida consagrada, porque tenemos miedo a quedar defraudados. Todos tenemos experiencia de haber sido traicionados, por mentiras de personas a las que estimábamos mucho. Cuando esto ocurre, es demoledor para la confianza. Es como un rascacielos que se desploma.



Para recuperar la confianza en las personas y en las instituciones debemos amar la verdad, como hicieron nuestros prodigiosos Justo y Pastor. Si reflexionamos, nos damos cuenta de que ir por la vida con mentiras, disimulos, intenciones torcidas y medias verdades nos hace infelices, porque nos genera inseguridad y nos quita la paz.



Como cristianos, muchas veces, tendremos que decir la verdad, aunque la mayoría de la gente piense lo contrario. Con frecuencia, nos tocará quedarnos solos y ser el escarnio de muchos, que no comprenden la doctrina cristiana. En esos casos, no debemos mentir, ni siquiera en las circunstancias más apuradas. Si no podemos hablar, es mejor callar, pero nunca decir lo que no es cierto.



Por otra parte, debemos decir la verdad con caridad, no como un “arma arrojadiza”. Digamos la verdad siempre con respeto, sin avasallar, adaptándonos a la capacidad de entender de la otra persona. Hace unos días, me decía un sacerdote que “como cristianos, siempre seremos signo de contradicción, pero eso no significa que debamos hacer de la contradicción nuestro signo”. Creo que está bien dicho. Que amemos la verdad no significa que vayamos por ahí provocando y tirando la verdad a la cabeza de la gente. Debemos partir de lo que nos une con los demás, para, poco a poco, ir poniendo luz en lo que nos separa.



Seamos sinceros con Dios, con los demás y con nosotros mismos. Una de las cosas más difíciles de la vida es poner a una persona en su propia verdad. Todos tenemos a mano una infinidad de sinrazones para auto justificarnos. Es curioso el origen de la palabra “sinceridad”. Al parecer, en el mundo antiguo, cuando una moneda se deterioraba mucho por el uso, se le ponían trozos de cera, para que pareciera como nueva. Era un apaño, que podía resultar bien, pero, cuando la gente se intercambiaba monedas, se decían unos a otros: “a mí, las monedas, dámelas sin cera”. A todos nos gusta la autenticidad, no la apariencia de autenticidad.



Seamos sinceros con nosotros mismos, sin apariencias, sin manipulaciones, sin justificaciones, como nuestros patronos. Hay una anécdota curiosa de un jesuita alemán, que está beatificado, el Padre Rupert Mayer, que fue contemporáneo de Hitler. Este jesuita no era muy  intelectual, pero sí era un gran pastor de almas, y sobre todo era un gran amante de la verdad. Sabiendo que era un sacerdote muy influyente en el pueblo, Hitler le mandó una tarjeta de felicitación por sus bodas de plata sacerdotales.



Los amigos del P. Mayer estaban entusiasmados porque el Führer se había acordado de él. Era el momento en el que toda Alemania consideraba a Hitler como un héroe nacional. Sin embargo, el P. Mayer dijo: “a mí este hombre no me gusta porque exagera las cosas demasiado y no tiene reparo en mentir”. Al final, Hitler envió al P. Mayer a un campo de concentración.



El amor a la verdad es el criterio de discernimiento para descubrir la grandeza de una persona. Una persona no puede ser grande si es mentirosa. Por eso, Justo y Pastor, mártires de la verdad, son tan grandes y eximios. Que ellos intercedan por nosotros y nos ayuden a ser, como ellos, grandes amantes de la verdad. Que así sea.





 

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