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07
Mar
2019
Carlota Ferrer lleva su obra sobre Ciudad Juárez al Corral de Comedias PDF Imprimir E-mail
Zona Este - Cultura Alcalá
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“Los Cuerpos Perdidos” es obra de José Manuel Mora

Para algunas mujeres Ciudad Juárez llegó a convertirse en uno de los lugares más peligrosos del mundo en la década de los noventa. Una urbe en la que había libertad para violar, torturar y matar. Una urbe en la que los policías encubrían a los asesinos y maquinaban falsos culpables mientras el Gobierno parecía cerrar los ojos. Según Amnistía Internacional, Ciudad Juárez poseía una de las tasas de impunidad más elevadas del planeta con respecto al asesinato de mujeres. Esta impunidad era especialmente obscena para aquellos que flirteaban con las altas esferas del poder o poseían un nivel adquisitivo que les permitía comprar cualquier tipo de experiencia de cariz sexual. Un buen amigo mexicano me decía que en su país podías hacer lo que realmente quisieras siempre y cuando dispusieras del dinero suficiente. Nunca pude dejar de pensar que, de alguna manera, las trescientas muertas de Juárez eran el resultado de esa libertad absoluta comprada a golpe de talón.

En cuanto comencé a husmear en el asunto comprendí que, más allá del complejo análisis de los parámetros sociales, económicos e históricos que determinaban las causas de tales brutalidades, Ciudad Juárez se abría a mis ojos como una auténtica dimensión desconocida que me permitía como dramaturgo conjeturar sobre la relación del ser humano con el mal supremo, con todo lo que no se deja entrever desde la razón. Una vez decidí escribir sobre el asunto no pude pasar por alto la siguiente cuestión: ¿hasta qué punto era legítimo usar -y, por tanto, manipular- la barbarie y el dolor ajeno como material de creación? Al mismo tiempo, me resistía a hacer una obra documental al respecto: ante la elocuencia del horror que desprendían los informes de Amnistía Internacional y la lúcida crónica de Sergio González Rodríguez en su libro Huesos en el desierto, poco tenía que ofrecer mi escritura.

Una vez en México, encontré dos palabras claves a la hora de enfrentarme a la escritura: dolor y memoria. El dolor siempre me había parecido una experiencia íntima e intransferible. En cambio, a través de la memoria y la escritura, en México se me reveló como experiencia transferible y colectiva. De ahí que me propusiera -asumiendo el riesgo y lo pretencioso de la tarea- recoger el dolor (que es natural y siempre vence) de los acontecimientos; y transformarlo en escritura teatral (que es artificial y casi siempre parece estar a punto de desvanecerse) para levantar una ficción sobre el mal y la locura.  

José Manuel Mora

 

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